domingo, 29 de mayo de 2011

Consumo de carne contribuye al hambre en el mundo

En el año 2007 se sacrificaron 60.000 millones de mamíferos y aves para satisfacer el mercado cárnico, es decir para consumo humano. Como muchos supondrán, un número tan elevado de animales necesita una ingente cantidad de alimento: El 40% de la cosecha mundial anual acaba en los establos de la ganadería intensiva de los países industrializados, es decir, en el primer mundo.

Con una ecuación fácil deducimos que para “producir” 1 kilo de carne bovina son necesarios 9 kilos de cereal, en su mayor parte procedentes de los países pobres, puesto que el 60% de cereales, soja y cacahuetes lo importamos de los países en vía de desarrollo.

Otro dato nos revela que para 200 gr. de bistec se utilizan como pienso hasta 2 kilos de cereal. Pero con 2 kilos de cereal se saciarían unos 8 niños. Actualmente 6 millones de niños mueren de hambre al año y 1020 millones de personas pasan hambre, lo que es igual a una sexta parte de la humanidad. Si los países industrializados redujeran tan sólo un 10% el consumo de carne, 100 millones de personas podrían ser alimentadas adicionalmente, por lo que nadie debería morir de hambre.

Si aprovechásemos por lo tanto el alimento de una manera directa, es decir nos alimentásemos de un modo vegetariano, obtendríamos del mismo trozo de tierra de 5 a 10 veces más cantidad de alimento. Esto significa que si la producción de carne se suspende, se puede alimentar a una gran parte de la población mundial. Por eso todos los que no quieren prescindir de comer carne son igualmente culpables de la miseria y de las muertes por inanición en el tercer mundo. Quien come carne, debería asumir esto conscientemente.

Nuestra sociedad del bienestar se preocupa mucho hoy por hoy de la pureza de los alimentos. Quizás deberíamos preocuparnos también por la pureza de nuestra conciencia en aquello que comemos. Especialmente en nuestro occidente marcado por la Iglesia donde el dogmatismo, que a menudo es ciego, impide el trato digno a los animales, la naturaleza y también a nuestros semejantes. No sirve de nada lamentarse siempre del hambre, de la muerte de los bosques y de la contaminación del medio ambiente en esta Tierra. Más bien en esto a cada uno se le pide el compromiso de cambiar su alimentación y dejar de comer carne. Con ello también se acabaría con el sufrimiento de los animales.

Pero para justificar la explotación desmesurada de los reinos de la naturaleza a menudo se cita la frase Bíblica del Creador: “Someteos la tierra” (Génesis 1,28). Sin embargo, la palabra “someter” no significa torturar a los animales, destruir los bosques y plantas y destrozar todo lo que el hombre puede disponer. Con la palabra “someter” se hace referencia al mandamiento de cuidar los reinos de la naturaleza, es decir toda la Tierra. Se nos ha exhortado a que tratemos y cuidemos la Tierra con amor. Se nos ha mandado que respetemos todas las formas de vida en la Tierra, que la apreciemos y amemos, esto es el amor al hombre, al animal, a la planta y a la piedra, a todas las formas de vida y también al planeta Tierra.

Aquel que tenga ya sólo un poco de corazón para la naturaleza podrá intuir en la expresión de un animal, en la belleza de una planta, en la forma de una piedra o en las substancias líquidas, que la Tierra podría ser un paraíso. Quien alguna vez haya cuidado a algún animal siente que se ha vuelto internamente más rico y más consciente de la naturaleza. En aquel que por el contrario instale o apruebe fábricas de productos animales o mataderos, lo que se muestra en que come carne de su prójimo animal, su conciencia se volverá cada vez más estrecha, porque un hombre semejante empobrece.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que quienes citan la Biblia para fundamentar su comportamiento cruel deberían recordar tambien el versículo siguiente a Geénesis 1:28 que dice "os doy toda planta que da semilla, que esta sobre la tierra, y todo fruto que lleva fruto y da semilla. Eso sera vuestro alimento". Es muy facil recordar lo que apoya nuestros gustos y olvidarnos de la parte en la que nos toca ser responsables.